viernes, 19 de octubre de 2007

Si cada golpe de tambor fuese un movimiento, si cada tono de voz fuese una extremidad, si cada palabra cantada fuese expresión en un rostro como de humo, y una totalidad flotante que pudiera confundirse con, y sea, a la vez, un cuerpo, ese cuerpo, es otra alma, entrando en el suyo. Como si poner un cd, fuese el rito alrededor del tablero Guija y, en ello, logrará invocar al espíritu de la música, cualfuera, y la poseyese, toda. Y cada salto, cada golpear el suelo, completo en ella, en el amortiguar de sus pechos, oscilantes entre el mundo y el cielo, agarrados de ella, colgados de una nota. Y sus caderas orbitantes a su ombligo, astro rey gobernante. Su ombligo, sol que está y no está gobernando sus orbitas, esté donde esté su vientre. Y sus manos abriendo el terreno que exige el paso de sus planetas y el contornear de su guitarra. Y esa piel arremangada que devela estrellas en el vientre y desnuda la elipsis de su cintura. Y esa cola que se dibuja en circular a la tierra… Cada compás de su cuerpo es un designio de la convicción de que cualquier tipo de exorcismo sería el peor de los pecados y el más terrible de los genocidios.

1 comentario:

Anónimo dijo...

delicioso texto!!!!
creo que tiene una visión más allá que la haces ver y se ve y siente
gracias
francisco