domingo, 13 de enero de 2013

Decir lo que se me da la gana

Circunstancias me animan a publicar por mi cuenta esta reseña. Después de todo, Crimeth-Inc. dice "sólo soy un blog". Abrazo, amigos.


No todo está dicho

Hernán Jaeggi, es Hernán Jaeggi. Lo que la gente dice conocer, yo no lo he conocido; pero por razones que me reservo, yo le tengo una enorme simpatía. Por lo visto, y la evidencia lo confirma, coordina un taller de escritura creativa en la Biblioteca Córdoba, que hace algunos meses ha sacado un librito bajo el intermedio de Editorial Acrux. Tuve la suerte de hacerme con un ejemplar azul de este librito, de “No todo está dicho”; que me llevó de paseo por montones de sensaciones que quise compartir, homenajear un poco en estas palabras.

En primer lugar, el título me hizo pensar un poco, mucho. ¿Todo está, o no está dicho? Empecé a pensar porqué algo se lee, porqué algo alcanza el “estatus de ser algo que se lee”, por no decir un clásico; pensé desmenuzar para reírme un poco de los estatus.

Y resulta que eso pasa porque un grupo de tipos y tipas se ponen de acuerdo en eso. La realidad, de hecho, no es más que lo que consensuamos acerca de qué la realidad es. Yo soy un convencido de ello, pero también porque creo que somos, como género humano, un gran colectivo que viaja a lo largo del tiempo y por la historia con su mochilita de contradicciones, dolores y goces. En un momento, todas sus voces se ponen de acuerdo en algunas cosas, otras veces se olvidan, otras veces se desdicen, a veces se pelean, por lo general, dando soliloquios que consideran propios; inocentes, ellos… Y así marcha la humanidad, por momentos llora, por momentos, se vuelve arrogante y se cree capaz de derretir planetas, de repente se vuelve minúscula, y llora en un rincón cuando algo le duele, y a veces se hincha la panza de amor cuando bebe de los placeres de sí, y la vida. Entonces, tampoco es que todo sea plenamente relativo, hay una suerte de inmanencia, los debates, las contradicciones, los reveces, los irresueltos de siempre, lo que a todas sus partecitas, serecitos humanos que somos, nos sigue doliendo, y que le va doler siempre a esa gran hache que venimos a formar.

Entonces, ¿está todo dicho? Probablemente, sí. De modo cierto, no. Nunca se ha dejado de hablar, desde que recordamos. Porque pensar que el hablar se detiene cuando un individuo calla, es una necedad que nos ha infectado la fábula moderna de la propiedad privada, intelectual o de otro tipo, y nuestra miopía temporal, también. O bien exactamente lo contrario.
En un taller de escritura suele haber un poco de todo, confluyen sentires, impulsos y preocupaciones muy diversas, pero, por sobre todo, hay las ganas de decir, de todos ellos. Y aunque los narradores y poetas, sientan que dicen sus propias cosas, en verdad vienen a decir muchas de las de todos los otros, porque la vida los ha castigado con este impulso de decir, incontenible, de las cosas que nos pasan a todos; aunque las digan como propias, y en parte lo sean.

Así, en los talleres, por lo general, se hace una ensalada, donde está desde la adolescente tardía que se desenamora, al pibe solitario que busca, la señora que le duelen los años, hasta quien descubre el sexo, a veces se cuela algún místico, está el niño boca abajo que sigue la hormiguita, al que se le desmorona una ciudad y todos están, sufriendo lo indecible, de lo que sienten, y desesperadamente necesitan sacar. Confluyen en ellos, los orgasmos, nidos vacíos, los orfanatos, nuestras infancias alejadas, las injusticias que nos duelen, las partidas, las traiciones, las mesetas, están los amores y las explosiones. Y surgen sopas de versos y narraciones. Y esta sopa de versos en particular, dice, no todo está dicho, pues nosotros seguimos hablando. Y  está bien, yo creo que está muy bien.

Y así es que yo me encontré con versos y retazos que sentí decían  alguna cosa sobre mí. Y como me creo (inocente, yo) un alma libre en las cercas de este colectivo Humano, decidí contarlos citándolos libremente, en una suerte de centón, en estas palabras a modo de breve reseña, de lo que me impactó; que es una forma de apropiarme de voces que quizá perdí, quizá volvieron a serme propias, desde el momento en que me conmovieron. Va.

El mejor libro es el que incendia. Y una voz en la calle, de María del C., incendia las palabras. En silencio lame las necesidades de la tierra. De recordarnos llevar un baulito de abuela, y coser nuestras perlas, para que dando puntada y puntada, podamos vestir nuestra historia, día a día en la piel. Eduardo despertó esas indagaciones que nos inquietan en el tapiz de nuestras imágenes opacadas por el tiempo, esas que vienen de viajes inmigrantes y calan en nuestras cavernas genealógicas. ¿Qué habrá sido? ¿Cómo habrá sido? ¿No soy yo, un viajante que va y viene de un lado al otro del Tirreno? ¿No seremos siempre, un desarraigo, no seremos condenamente huérfanos? Mi patria es el amor y la libertad, pero, ¿por qué duele esa patria alejada, incorpórea, ingeográfica? Y después Gilberto me llevó de paseo a mi Córdoba, de cuando no nacíamos ni yo, ni papá, ni mamá. ¿Me es propia? Claro que sí, es como si las caminase yo a esas Cañadas.

Hay de los que tiran gente por la ventana, dice Marcelo O. ¿O no? Bibiana me sabió a falta ortográfica, lo que me inspiró una gran simpatía, con sus cenizas de goma de borrar, de ese cigarrillo con el que escribimos. Guardiana del cofre del tesoro, de nuestros días sin fotocopiar. Nelly sufre como todos la indecibilidad, y celebra, como nos ha pasado, cuando las palabras se quitan el velo, hermosas doncellas… hermosas.

Alejandra se sube a un barco trasatlántico, donde palpita su desnudez, se ovilla y fecunda cristales que sudan. Lucía su piel boba, que no le responde, pero alergia a los mosquitos, y sí, yo también odioextraño los vecinos de mi edificio, cosa rara. Marcelo V., el olvido no irse, pero no es cuestión de prohibir el perfume a mandarina. Mejor la guillotina en París de Roberto, decapitando recuerdos por doquier, esa fantasía. Roberto debería confesarse públicamente y por cadena nacional. Y tras su discurso de poesía verborrágica, lo llevaríamos en andas a tomar la Bastilla de los corazones. Tanto sus confesiones, como su ambivalente relación con las Anas, son un paseo por todas nuestras rutas de las batallas del amor, desde nuestras esperas en la heladera, a nuestras súplicas de eternidad en los brazos, nuestros odios a los escollos y sus ciudades podridas que nos dejan mudo. Anal final llega. Así que gracias. Gracias.

Escribieron en “No todo está dicho”: Bibiana Lupiañez, Marcelo Villafañe, Mildre Ambroggio, Marta Bosso, María del Carmen Grasso, Nelly Bertarelli, Alejandra Portela, Cármen Márquez, Marcelo Ortiz, Eduardo Di Leonardo, Rolando Méndez, Roberto Sosa, Santiago Ortega Peña, Lucía Miani y Gilberto Aguilar.